Un día de 1974, un conflicto universitario, habituales en al área de la Escuela de Educación. Era el Secretario General de la FCU para ese momento; la situación tensa, el Arco de Bárbula desdibujado en gas lacrimógeno. Los cuerpos represivos, como se denominaban en el argot, impedían el acceso o salida a la U. Irrumpe una ambulancia escandalosa de la Cruz Roja, entra al estacionamiento, emerge de su interior un personal médico, entre ellos viene un enfermero con una cámara fotográfica. Al acercarme reconozco un periodista y el enfermero resulta ser un reportero gráfico de un diario regional.

Esa vivencia me hizo comprender que aquellos hombres estaban dispuestos a arriesgar lo que fuese para cubrir la noticia, la información, pasión y riesgo de informar como carnet de identidad.

Esta escena se repite cada día en cualquier parte del planeta, con componentes más graves y riesgosos.

Cuando los fatigosos, apasionados hombres y mujeres de la comunicación, registran o irradian una información, se teje un secreto y contingente hilo con la circunstancia y los protagonistas del suceso. La parte visible que circula en medios y redes no viene con manual explicativo de lo que sucederá después. Allí se inicia un camino que puede desembocar en desenlaces múltiples; no hablamos de una guerra, sino de los minados caminos de poder donde se mueven los comunicadores sociales.

Ellos son una especie de dobles de las películas, que hacen visibles y significativas las escenas difíciles, riesgosas; ellos son la parte de la vida que permite conectar a todos con todos, en un mundo enmarañado de poderes diversos donde no siempre se sabe qué callos se están pisando o favoreciendo, y eso también molesta; y genera comportamientos y respuestas.

En nuestro país se les trata como objetivos políticos y hasta militares para perseguir y acallarlos, se les cierran las fuentes y su tinta es rastreada por sabuesos de distintos pelajes y niveles. No es el interés de este texto resaltar sus penurias y dificultades, trata más bien de resaltar en letras minúsculas que, sin ellos, la sociedad no existiría, ni circularía la sangre que crea y desarrolla la vida social.

En 1644, hace 380 años, se estremeció el Parlamento Inglés cuando Jhon Milton pronunció su famoso alegato “Areopagítica”, en alusión al Aréopago griego donde se juzgaban ideas y hombres, para reclamar la Libertad de Expresión: “Dadme la libertad de saber, de hablar y de argüir libremente según mi conciencia, por encima de todas las libertades”.

¡Vivan los Comunicadores Sociales!




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